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Orígenes de la astrología

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La Astrología ha sido vista en su larga e histórica trayectoria de formas totalmente diferentes que han pasado de una naturaleza absolutamente sagrada, mágica, misteriosa, trascendental, reveladora y clarificadora a otra más pragmática, concreta y útil para efectos propios de la vida y la cotidianidad humana. Muy posiblemente su inicio esté emparentado con el origen mismo del ser humano y de la disposición que le es característica de dejarse admirar por lo que ocurría en su entorno y de hallar explicaciones razonables.

El primitivo habitante de nuestro planeta, cazador y nómada, no solamente observó el curso del Sol, sabía por dónde salía y declinaba, percibió su desplazamiento diario y anual lo que le facultó para conocer los tiempos y ser concluyentes en torno al devenir. Sobre el ciclo de la Luna estableció múltiples deducciones especialmente como producto de los encuentros o notorios alejamientos del Sol.

El interés del ser humano desde el paleolítico superior fue evidente al plasmar en huesos de reno y marfiles de mamut la evolución de la Luna. Se supone que mucho antes que se hiciera agricultor ya sabía de las estaciones, conocía la luna, sus fases, sus momentos y tenía idea sobre el paralelismo que existía entre los cambios atmosféricos y determinadas etapas del año.

Una vez que logró asentarse en un mismo lugar y sobre todo al haber descubierto el fuego, pudo valorar la significación del astro de la noche en los cultivos y las repercusiones del ritmo solar en lo que se refiere a la manifestación de las estaciones al igual que de la presencia de la fructificación o floración de algunas plantas, la llegada del celo en los animales y muy probablemente del paralelismo entre el ciclo de ovulación femenino y el de la Luna.

Una vez que se organizó en un lugar y halló el cauce el sedentarismo, requirió medir el tiempo dando pie a sí al inicio de los calendarios. En todos los lugares del planeta se han elaborado diversas teorías en torno a la realidad estelar entre las que sobresalen los mesopotámicos no solamente por las observaciones que realizaron, sino muy especialmente por plasmarlas para la posteridad en sus construcciones, obras de arte, tablillas y papiros. Según parece se convirtieron en los primeros en construir observatorios con el fin de profundizar en el movimiento de los astros y conocer sus implicaciones en lo climático, religioso, energético, espiritual, colectivo e individual. Éstas fueron gigantescas torres de 80 m de altura llamadas montañas cósmicas para las cuales utilizaron el vocablo ‘zigurath’. Hicieron ver a los planetas como si fuesen dioses y elaboraron sobre cada uno de ellos mitos con el objeto de dar explicación al enigmático universo en el que se encontraban. Producto de estas investigaciones, le dieron nombre al sendero que recorría la Luna el Sol y los demás astros y le llamaron "camino de Anu".

En Egipto realizaron un seguimiento no solo del Sol y la Luna, sino muy especialmente de los planetas, conociendo el mismo sendero bajo el apelativo de: "el camino de la luna" y su nombre era ‘Sin’, ellos diferenciaron las estrellas, les dieron nombres y las agruparon formando de esta manera las constelaciones como lo testifica el antiguo zodíaco de Denderah que contiene la secuencia que aún hoy se tiene presente y determinaron con gran precisión los tiempos equinocciales y solsticiales.

Posteriormente los griegos disminuyeron la eclíptica en 12 sectores del mismo tamaño y organizaron la semana de forma tal que cada día tiene que ver con un planeta; en donde el primer día, el domingo estaba relacionado con el Sol como el símbolo de la de la esperanza y la certeza en lo que habrá que hacer. Igualmente, el último día de la semana regulado por Saturno era considerado propio de influencias adversas y nefastas, razón por la cual la mala suerte y las malas energías le caracterizaba y con el tiempo se convirtió en un día santo y de reposo.