Las antiguas civilizaciones conocían las estrellas y a raíz de esto las constelaciones zodiacales y se dieron a la tarea de asignarles los nombres que aún hoy permiten diferenciarlas. En su búsqueda por profundizar en ellas, lograron apreciar que fundamentalmente el sol y la luna recorrían una franja específica del cielo y para referirse ella emplearon el vocablo ‘zodíaco’. Producto de una labor investigativa pudieron diferenciar las constelaciones de los signos y a estos últimos se les dio una particular prelación evidenciando fruto de múltiples observaciones y de tareas interiores, que cada uno tenía 30° de longitud. Al comparar el zodiaco trópico con el sideral se percibe que este último se va desplazando con respecto al primero a razón de un grado cada 72 años. El ‘zodiaco trópico’ ha sido fuente de inspiración para los pueblos que han existido desde la más remota antigüedad, en el sentido que ha dado pie a la realización de infinidad de celebraciones, rituales y fiestas de diversa índole y quizás lo de mayor estima es que los impulsó a construir enormes monumentos con el fin de determinar la llegada de los cambios estacionales y sucede que el zodíaco sideral no sirve para calcular estas fechas. Al no tener una utilidad práctica, no cuenta con una injerencia sobre la dinámica biológica, ni impacta en los procesos de la vida directamente, sobre todo, cuando se aprecia que los relojes biológicos están emparentados con el zodiaco trópico y no precisamente con el sideral.
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